jueves, 24 de julio de 2014

Hacer visible lo invisible y crear otra mirada

El relato audiovisual es el medio más portentoso y completo para hablar de nuestro mundo actual y de todos los mundos que este mundo contiene: el de las descripciones de lugares y cosas, el de las emociones, el de los hechos, el del conocimiento de cualquier grupo humano, de cualquier fauna o de cualquier flora…
En ocasiones, la imagen audiovisual es la única manera que tenemos de acercarnos y descubrir una realidad, una existencia, una vivencia. 



Así, yo, en persona, no voy a subir al Everest, ni voy a vivir en Arabia Saudí, ni seré una mujer maltratada por su pareja, ni hablaré personalmente con Angela Davis… pero puedo -al menos en parte- acceder y percibir esas vivencias y/o ese conocimiento gracias al relato audiovisual.
No defiendo que el relato audiovisual equivalga a la experiencia directa ni deba sustituir a la realidad. Pero como decía -creo- Bertold Brecht: Lo importante no es cómo son las cosas reales sino cómo son realmente las cosas. Ahora bien, hemos de reconocer que, a veces, nuestras limitaciones personales pueden empantanarnos en lo superficial y constreñirnos en la comprensión parcial y roma de lo que percibimos "en carne y hueso". Sin embargo, el relato -el buen relato- puede revelarnos y hacernos comprender "cómo son realmente las cosas" más allá de cómo son las cosas reales que nos rodean. 
El buen relato nos abre las "entendederas", nos sirve de guía en el descubrimiento de lo que quizá tenemos directamente ante nuestros ojos sin ser capaces de captarlo con toda su complejidad, riqueza y profundidad.
Por supuesto que la función de "lazarillo descubridor" no solo la desempeña el relato audiovisual. Las novelas, los ensayos, las historias que nos cuentan otros humanos, los besos que nos dan, sus gestos… todo ello da sentido al mundo y lo significa. ¿Qué decir de esos poemas que, al leerlos, nos revelan sentimientos, percepciones, pensamientos que hasta ese momento solo barruntábamos aunque estuvieran en nosotros? De pronto, ante unos versos, decimos: "Ah, sí, así es y así lo siento. Ahora lo comprendo, ahora lo sé formular".
Pero el lenguaje audiovisual es la forma de representación más potente y global, sin duda.
Resumiendo y por poner un ejemplo esclarecedor sobre el poder del relato cinematográfico: lo que sé de la China actual (en los aspectos que más me importan: cómo vive la gente, qué sienten, a qué presiones y angustias están sometidos, qué temen, cómo se protegen, que crueldades cometen, qué les importa y qué no…) me lo han enseñado los films chinos, no los artículos de los periódicos, no las estadísticas, no los datos.
Por eso -entre otras razones- me encanta vivir en París: porque tengo acceso a relatos audiovisuales de todos los estilos, los países y los puntos de vista más variados… Lo mismo veo las entrevistas que en su día le hicieron a Violette Leduc (la traigo a colación porque ahora están proyectando en España la película de ficción que narra una parte de su vida) que veo cine coreano de intriga, un film norteamericano de los 50, otro de preestreno…

Dos direcciones complementarias

Hay varios usos posibles del cine, pero aquí quisiera destacar dos.

Hacer visible lo invisible, desnaturalizar el patriarcado

Por una parte, tenemos que encararnos con las películas que mayoritariamente se difunden y se ven, películas que, desgraciadamente no nos son favorables.
Hemos de analizarlas y desmontarlas para rastrear la educación sentimental que el patriarcado nos predica incansable y masivamente a fin de desnaturalizar e irracionalizar sus mensajes. Ante un film que ven millones de espectador@s, no podemos limitarnos a decir: "A nosotras no nos interesan, no lo veremos y punto", porque el feminismo, en su lucha por la igualdad, tiene que enfrentarse y desmantelar los discursos, los imaginarios, los mapas afectivos y sentimentales que nos inducen emociones, conductas, expectativas, guiones de vida perpetuadores del patriarcado. No basta, pues, con ignorar este tipo de relato. Hay que detenerse en él y analizarlo porque solo desmontándolo, solo haciendo visible lo invisible, podremos poner las bases sólidas de un nuevo mundo.
Las mujeres hemos conseguido transformar muchas cosas. Hemos conseguido, por ejemplo, grandes cambios legislativos. Constatamos, sin embargo, que sigue la violencia contra nosotras, la utilización y cosificación de nuestros cuerpos, el menosprecio de nuestra vida, el ninguneo, el sometimiento y la servidumbre. Y vemos horrorizadas que las nuevas generaciones repiten los esquemas machistas (con cambios en las formas, pero con fondos similares).
Se hace preciso, pues, atacar la raíz: la educación sentimental, las emociones, los valores, las actitudes, el imaginario patriarcales que l@s jóvenes siguen interiorizando…
Hoy en día, esa educación les es transmitida e inducida fundamentalmente por el relato audiovisual. Pensemos que una película como Tres metros sobre el cielo (González Molina, 2010) tuvo -y sigue teniendo- millones de espectador@s. Su protagonista, el actor Mario Casas, es un ídolo juvenil. El mensaje del film -profunda y pavorosamente agresivo, machista, misógino- se destila envuelto en una dulce capa que promete "amor, aventura, vida intensa" y respecto a la cual es difícil que l@s jóvenes tengan un distanciamiento crítico. Hemos de ayudarles a desenmascarar propuestas tan nocivas.
Como he apuntado en diversos escritos, l@s jóvenes viven brutales disonancias y distorsiones entre los mensajes que les proponen los relatos audiovisuales y sus experiencias reales. Así se  propicia en ell@s una preocupante esquizofrenia y se fomenta la violencia machista en los varones. No quiero repetir una vez más toda la argumentación pero sí apelar a la urgencia de encarar estas problemáticas. Si las pantallas nos educan, hemos de "deseducarnos" (es decir, educarnos de otra manera) también con ellas.
Y para hacerlo, repito, no basta con ignorar esos relatos, hemos de desmontarlos, analizarlos, desmenuzarlos, descubrir qué nos cuentan en realidad, qué hay debajo de esos sentimientos que nos inducen, por qué nos seducen, qué pasa después, una vez que el príncipe azul nos lleva al castillo y allí nos deja.
Hemos de admitir que somos (todos y todas) seres contradictorios y múltiples. Por más que lo deseemos, no nos posible sacudirnos de golpe y sencillamente la educación, las emociones, las creencias que nos han constituido y en las que hemos vivido inmersos desde que nacimos. Pero tampoco podemos resignarnos a vivir con ellas porque nos son profundamente nocivas. Hemos de batallar sin descanso para construir otro mundo.

Otra mirada

Construir otro mundo también conlleva construir otra mirada. Es decir, focalizar desde otro ángulo, ver cosas que hasta ese momento poca gente mira, resaltar aspectos de la realidad que nos conciernen pero que rara vez se representan en la ficción audiovisual.
Utilizar, pues, las películas que nos son favorables, nos valoran, nos explican, nos ilustran, nos abren puertas, manifiestan otras formas de ser y estar en el mundo…
 Así, el cine puede ser un extraordinario instrumento que nos sirva como punto de partida para intercambiar puntos de vista entre nosotras (verbi gratia, Evelyn para debatir sobre prostitución; o Solas -film que a mí me parece muy polémico- para tratar sobre la maternidad). Puede igualmente ser una herramienta poderosa que nos permita conocer la situación de las mujeres de otros lugares del mundo (verbi gratia: La bicicleta Verde, La piedra de la paciencia, El proceso de Viviane Amsalem). Puede ayudarnos a reforzar nuestra determinación de seguir adelante y animarnos en el camino (Yo decido. El tren de la libertad, Antonia's line, El palo…). Puede ser útil para introducir temas de interés en grupos de mujeres que viven problemáticas diversas: violencia, maltrato, emigración, adolescencia… (Hasta el domingo si dios quiere, Flores de otro mundo, Fish Tank, Jaula de oro), etc. etc.

Y, sí, claro que sí, que hay que promover, difundir, aprovechar y disfrutar de películas que globalmente (y digo globalmente porque la perfección no es de este mundo) nos tratan con empatía, nos son propicias, se interesan por nosotras, por nuestras vidas, por nuestras situaciones, nuestros problemas, nuestras penas y nuestras alegrías. Películas "positivas", por decirlo brevemente.

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