martes, 18 de diciembre de 2012

CINE Y SEXUALIDAD (II)




En el número de Junio señalé como la inmensa mayoría de las películas europeas y norteamericanas incluyen escenas de sexo, vengan o no a cuento. Se supone que son un “gancho” adicional, una baza que se debe añadir a cualquier historia, un procedimiento para atraer espectadores.


Convengamos en que, efectivamente, estas escenas resultan un “plus” para algunos aunque  no sabemos cuántos (suponemos que depende pues ni se busca ni se espera lo mismo en una película de Icíar Bollaín que en una de Bigas Luna).
Es, desde luego, evidente que el cine actual contiene muchas escenas de relaciones sexuales y que las muestra de manera bastante explícita. Si “Gilda” se rodara hoy se sustituiría la famosa escena del guante y los dos besos por varios planos de desnudo integral de ella (de frente y de espaldas, en horizontal y en vertical) y varias escenas de cama (es decir, de coito) donde los dos alcanzarían un rápido, jadeante y sudoroso orgasmo al unísono.
En cualquier caso, lo que de verdad pasma no es tanto la abundancia de sexo como el hecho de que éste quede reducido a un limitado asunto genital. Pasma que la mayoría de las películas actuales evacuen la sensualidad, constriñan tan pobremente el placer erótico, olviden la delectación en el deseo, desdeñen otras posibilidades hedonistas y hagan, pues, una representación monocorde y sesgada. En efecto“van directas al grano” como diría quien considere que “el grano” es la penetración y que todo lo demás son pérdidas de tiempo o engorrosos preámbulos.
Probablemente la penetración sea  el modo más frecuente mediante el cual los hombres alcanzan el orgasmo. Probablemente a muchas mujeres les resulta muy erótico ser penetradas. Puede que, para ambos, la penetración  esté cargada de gran intensidad emocional provocada por esa fusión corporal tan íntima. Puede incluso que para algunas mujeres sea también su opción preferida para llegar al orgasmo... Pero de ahí a considerar que para nosotras la vagina sea una fuente de placer equivalente al pene hay un trecho que sólo negando la evidencia, la anatomía y la sexualidad femenina se puede recorrer.                
¿Cómo se explica, pues, que las representaciones sean tan persistentes, monolíticas e irreales? Si los directores sólo entienden y explican la sexualidad en función del coito ¿es porque son disciplinados católicos que inexorablemente tienen que ligarla a la procreación? Cuesta creerlo. También cuesta creer que sean todos vírgenes y que, al carecer de experiencia sexual propia, no le quede más remedio que repetir clichés.
Ahora bien, como señala J. A. Nieto, hacer del coito “la primera y/o única vía de la sexualidad es hacer del coito una religión”. Y, en efecto, es una religión que nos viene impuesta por el patriarcado. De modo que las escenas se sexo son, en la mayoría de los casos, el equivalente de los sermones o, usando un lenguaje más moderno, una especie de spots publicitarios. La forma puede ser más o menos moderna según el público al que se dirijan (igual que ocurre con los anuncios de la T.V.) pero el fondo se atiene a la ortodoxia. No deben hacer propuestas innovadoras y/o liberadoras. Su objetivo no es indagar en cómo son las cosas o cómo podrían ser sino en hacer publicidad de cómo deben ser.
Y eso es lo preocupante del asunto: ese persistente y eficaz adoctrinamiento por la imagen que padecemos. Porque nadie es virgen en su primera relación. En el mundo actual todo el mundo llega con un impresionante archivo de imágenes. Hay muchas probabilidades de que, al ser contrastado con la realidad, cause angustia, desconcierto y neuras variadas. Si la penetración no provoca inmediatamente el éxtasis de ella, si ambos no alcanzan el orgasmo al unísono y en un par de minutos, es decir, si falla la “varita mágica” que ha de enviarlos instantáneamente a los dos al séptimo cielo ¿pensará él que no sabe manejarla, que es un inútil, que “la tiene pequeña”? ¿pensará ella que es una rara, una anormal, “una antigua”?
No se puede negar los avances que las mujeres hemos logrado en pocos años pero, la verdad, se cae el alma a los pies cuando se comprueba lo que queda por recorrer.
Pensemos en Lucía y el sexo que es una película actual, de un director joven y que está teniendo un considerable éxito de taquilla.
La verdad es que no sabemos porqué se llama “Lucía y el sexo”. Más exacto sería “El joven creador neurótico pero irresistible y su colección de rendidas admiradoras”.
O si ese título parece largo, propongo este otro: “Qué estupendo soy”.
Y es que muchos hombres suelen estar tan convencidos de ello que no necesitan apelar a nada (encanto, belleza, atractivo de cualquier tipo) para justificar que todas las mujeres que se crucen en su camino se queden colgadas y deseen a toda costa, si no un hijo, al menos un polvo.
Si nos fijamos en la representación de las relaciones sexuales que hace esta película, observamos alguna novedad: se ve un pene en erección, antes de la penetración juguetean (más vale eso que nada, por supuesto) y una vez follan en el mar.
Si nos fijamos en el papel de los personajes en el cortejo erótico-amoroso, tampoco se atiene al más clásico (que es el de “él la pretende y ella se deja pretender”). Desde hace unos años ya encontramos otra variante: él no hace nada y son ellas las que le corren detrás.
¿No queríamos las chicas salir de la pasividad? Pues, ea. Y ellos encantados porque ni siquiera han de esforzarse por agradar, gustar o conquistar. En el esquema tradicional la actriz tenía que ser guapetona para que el protagonista masculino la eligiera. Pero a la inversa no es necesario. Bueno, eso siempre fue así, basta pensar en Fernando Fernán Gómez, en José Sacristán, en el mismísimo Woody Allen o, recientemente, en Gabino Diego o Coque Malla: las mujeres más espectaculares se rinden ante sus encantos (¿?). En algunos casos ellos se lo “curran”: son feos pero inteligentes, graciosos, astutos. En otros ni siquiera es necesario.
En esta película se supone que Lucía se enamora porque Lorenzo le parece un escritor genial (cosa difícil de creer para los espectadores a tenor de los párrafos de sus novelas que se oyen). Elena se cuelga porque dice que con él ha echado el polvo de su vida (creámosla). Lo de Belén ni siquiera tiene justificación. Pero el resumen está claro: “No hay mujer que se cruce en mi camino que no me pretenda y no necesito ni molestarme”.
Ninguna directora rodaría un film equivalente sólo que invirtiendo los papeles. Para empezar, un personaje de chica que arrasara tendría que estar encarnado por una actriz bella y maciza. Y, aún así, para que todos los personajes masculinos se enamoraran de ella, no podría ser una neurótica egoísta. Sería impensable la última aparición en medio del coro babeante e incondicional. Pero, claro, es que para hacer esas propuestas hay que tener un ego de ese calibre.


Publicado en 2001,  Andra nº 10, pág. 30

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